El inicio de la guerra de independencia, el 10 de octubre de 1868 fue sin dudas un hito. Este 11 de octubre pero del 2016 puede convertirse en una fecha que marque un antes y un después. ¿Qué está llamado a hacer la diferencia? La convicción que brote de este cónclave. El castrismo totalitario lleva 57 años de existencia en nuestra patria y la oposición resuelta al mismo tiene igual duración. Las preguntas que debemos hacernos son la siguientes: ¿Qué ha fallado, cuáles lecciones debemos aprender y qué sabia estrategia convenimos implementar en la consecución de nuestros objetivos de una Cuba libre? Así lo plantea la convocatoria.
Considero que una de nuestras falencias, en los comienzos de esta lucha, es habernos creído que los Estados Unidos nos iba a sacar las castañas de fuego. La Enmienda Platt (derogada desde 1934) sentó un precedente primero y una inercia después, con relación a lo anterior. También la clase media y alta, sobre todo, en su calidad de empresarios y/o hacendados, no poseían el espíritu de cuerpo y la determinación suficiente como para articularse con eficacia en pos de sus derechos. Otro aspecto medular fue la baja calidad institucional de lo que hoy conocemos como sociedad civil y política, así como una ciudadanía que transitaba por el estadio de la adolescencia. En fin, aquellos lodos propiciaron que Castro secuestrara el Estado y con ello su entronización en el poder.
El contexto de la Guerra Fría nos hizo mucho daño con sus dos bloques contendientes. La lógica binaria de alinearse a uno y oponerse al otro era lo que se esperaba y exigía de los adversarios en un conflicto. A todas luces Castro sacó mejor partido de esa dicotomía de la época: usó el nacionalismo como pretexto para socavar la libertad, la democracia y obviamente contra sus exponentes, los demócratas. Paralelo a ello, nos faltó un corpus de ideas como eje articulador de la lucha y de nuestras aspiraciones. Un discurso enardecido y de propuestas cautivadoras, en el contexto de la modernidad, para un nuevo proyecto de país, le es imprescindible a cualquier movimiento, y el cubano de la época no era la excepción.
Como es sabido por todos, la cultura de la violencia ha prevalecido a través de la historia como partera de nuevos alumbramientos. Los mambises nos deslumbraron con sus hazañas machete en mano. A partir de ahí, tirios y troyanos se inspiraban y apelaban a la violencia en todas sus variantes: guerra de guerrillas, infiltraciones y/o desembarcos armados por algún lugar del litoral, terrorismo urbano, etc. A esa técnica de lucha le es consustancial una mentalidad: al otro hay que desaparecerlo del escenario nacional, la intransigencia, el ocultismo y verticalismo antes durante y después del conflicto, etc.
Ganar en esta lucha es mucho más que los opositores demócratas reemplacen en el poder a los castristas totalitarios. Las fuerzas vivas cubanas deben apropiarse de una filosofía y un pensamiento estratégico táctico. Es necesario interiorizar valores y presupuestos que sean concomitantes con el coraje cívico, como la renuncia a la violencia, la no personalización del conflicto, apostar por un ser humano con propensión a la justicia y al justo orden del universo, promover la protesta pacífica orientada a desmontar las estructuras de odio y exclusión, y restablecer un tejido social reconciliado y cimentado en la paz.
Hasta estos momentos, grosso modo, hemos estado a la defensiva, o sea reaccionando a las embestidas de la policía política y sus secuaces. Es imprescindible trazar un rumbo de acción desde el intelecto que nos permita transitar desde la planificación central y el totalitarismo hacia la democracia y la libertad. Se impone pasar a la ofensiva, que implica un plan estratégico consensuado que consiste en realizar distintas actividades y estrategias de campañas, con objetivos a conquistar, que tengan la capacidad de involucrar a las personas en el reclamo de sus derechos y libertades. Las campañas del comienzo, las de la mitad y las ya próximas a concluir la lucha, deben diferenciarse en el grado de complejidad y alcance.
También los métodos de lucha no violentos que se seleccionen, y los activistas que se encargarán de realizar las diferentes operaciones tácticas, deben ser apropiados y dictados por las circunstancias. Tenemos que aprender a obtener el máximo de efectividad, con los medios disponibles, para ir alcanzando progresivamente ciertos fines.
El movimiento prodemocrático debe promover las presiones no violentas desde afuera: las condenas políticas internacionales, las sanciones diplomáticas y los embargos dirigidos únicamente al Estado-partido-único. Lo anterior debe utilizarse como una herramienta de negociación, eso es, si hay mejoras en materia de derechos humanos se baja el perfil de las presiones y viceversa. Se debe evitar el lenguaje de la Guerra Fría, y utilizar los derechos humanos y los organismos internacionales como el discurso de convocatoria.
Sin pretender agotar el tema, pero con la sana intención de legarle a las presentes y futuras generaciones de cubanos una Cuba próspera, libre y democrática, les hago esta propuesta.
11 de octubre de 2016