Teniendo como telón de fondo los sucesos del 11J y la necesidad de un amanecer en la patria, el grupo Archipiélago convocó para una marcha el 15 de noviembre a través de sus diferentes miembros distribuidos en la geografía nacional. Activistas de otras organizaciones se incorporaron a la iniciativa, sumando un total de ocho solicitudes en diferentes consejos de la administración municipal. La primera medida coercitiva del régimen fue negar las mismas invocando los artículos 4 y 45 de la Constitución, en franca violación de determinados derechos consagrados en la misma.
En fin, esta Carta Magna es tan ambigua, que lo mismo sirve como camisa de fuerza, así como “reconoce y garantiza a la persona el goce y el ejercicio irrenunciable, imprescindible, indivisible, universal e interdependiente de los derechos humanos, en correspondencia con los principios de progresividad, igualdad y no discriminación. Su respeto y garantía es de obligatorio cumplimiento”. Obviamente, el derecho de manifestación pacífica clasifica en el artículo anterior. Fidel Castro nunca invocó la Ley de Leyes, ejerció el poder en primera persona y sus seguidores trataron de arroparse de un legajo más potable pero inservible; lo “irrevocable” es la pretensión de seguir disfrutando de las mieles del poder.
La segunda medida consistió en establecer un toque de queda, que en la normativa actual se denomina decretar “situaciones excepcionales del estado de guerra o la guerra, la movilización general y el estado de emergencia”. Todo eso por una simple marcha cívica, qué ridículo. Vale decir, infinidad de personas con antelación al 15N fueron citadas a las estaciones de policía y amenazadas con la aplicación de un repertorio amplio de modalidades represivas; a todos los trabajadores y estudiantes se les exigió no faltar bajo ninguna circunstancia en esa fecha a sus respectivas ocupaciones, así como no ponerse ropa blanca; la vía pública, parques y cuanto lugar consideraron pertinentes quedaron tomados por los militares; detuvieron domiciliariamente o en estaciones de policía a muchos líderes de la sociedad civil, así como no a pocos les realizaron innobles actos de repudio. Resultó elocuente que el periodista oficialista Humberto López en su afán de demostrar el quiebre de la marcha filmó la capital del país, quedando evidenciado que la misma estaba vaciada de personas en la calle, lo cual demuestra el miedo generado por el régimen.
La tercera medida fue la implementación de lo que se podría llamar un abuso disfrazado de pachanga. La arrancada de los mismos, a modo de prueba de lo que vendría después, fue el mitin politiquero de unas decenas de partidarios del régimen con pañuelos rojos. En una de sus puestas en escena participaron Miguel Díaz-Canel Bermúdez y el comunista español y diputado al Parlamento Europeo Manu Pineda.
Los otros fueron frente a viviendas de actores de la sociedad civil independiente, devenidos en una nueva versión de los infames actos de repudio.
Se pudo constatar en las redes sociales que entre los acorralados opositores y la pachanga castrista, que tenía el respaldo operativo de la policía, estaban las calles vacías y se asomaban en irrefrenable curiosidad algunos vecinos; estos no apoyaban a las congas, coreografías y cánticos de bajo perfil, gritos de descrédito y acusatorios profesados a voz en cuello, entre otros. Los opositores no se pueden dejar robar la iniciativa, esto es una falsificación del sentir popular orientada a enmascarar la injusta negativa de la marcha.
Las fuerzas vivas prodemocráticas no se pueden dejar deslumbrar por las convocatorias en grande, lo cual no quiere decir que en determinadas ocasiones se pueda intentar. En las circunstancias actuales, es aconsejables ajustar los fines a los medios. Obtener una serie de victorias por pequeñas que sean le insufla ánimo y determinación al universo de los activistas y por extensión al pueblo que espera expectante.
Por otra parte, es muy esperanzador que constantemente surjan líderes y nuevas propuestas cautivadoras, en una suerte de carrera de relevo, pero se debe apostar por la sustancia de las segundas e interiorizar que los primeros pueden desaparecer del escenario nacional por encarcelamiento, partida al exilio, que flaqueen (pues son humanos) y demás.