Se ha constatado que el mundo atravesó por un período de unos 200 años de revoluciones; desde la francesa hasta la caída del muro de Berlín (1789-1989). En la primera había dos corrientes que pugnaban por imponerse: los girondinos hacían énfasis en los derechos individuales y los jacobinos poseían un talante más colectivista, totalitario. Los galos cargaron con el lastre de un pasado monárquico que dio al traste con la revolución y sus instituciones, aun cuando después se reencaminaron en la senda correcta. En la segunda y última revolución, se produjo una reacción en cadena donde grosso modo se derribó en el centro y este de Europa el socialismo real, esa mueca sistémica que fue presentada como una etapa intermedia en el recorrido hacia la utopía comunista.
La senda democrática comenzó de hecho en la ejemplar revolución estadounidense, donde se teorizó y concretó el liberalismo, la democracia representativa, el republicanismo, el federalismo y una guerra independentista que culminó con la hechura del primer Estado-nación americano. También la codificación de los derechos y libertades básicas en la Constitución fue una conquista inusitada. Indudablemente se convirtió en un referente para la humanidad.
La revolución de octubre en Rusia (1917), más que todo fue un golpe de Estado que abortó los avances conseguidos en términos demoliberales en la revolución de 1905, capitalizados por el Partido Democrático Liberal Constitucional, y de la revolución de febrero de 1917. El enorme peso de la tradición rusa de un poder central fuerte; las aportaciones realizadas por Lenin a las ideas de Engels y sobre todo de Marx; el desarrollo por los bolcheviques de un régimen de terror rojo, que contempló la implacable policía secreta, así como el desempeño siniestro de Stalin, arrojaron una versión totalitaria del Estado y la sociedad con consecuencias funestas para ese país y el mundo.
Utilizando el recurso manido de la izquierda y la derecha, la primera bien temprano se apropió de la mítica revolucionaria, y gozó de la ventaja de estar tradicionalmente del lado de la oposición, por lo que no sufría el desgate propio de ejercer el poder. El manejo de una narrativa de un futuro luminoso, la cual llegó en determinado momento a alcanzar la categoría de religión apócrifa, que poseía como destino final un paraíso terrenal (comunismo), despertó la imaginación y la correspondiente movilización de millones de personas en el mundo.
En cambio, el sistema demoliberal basado en los derechos individuales es generador de conflictos e incertidumbres, porque refleja la problemática de la gente. También la economía de mercado (capitalismo) en etapas anteriores estaba en proceso de perfeccionamiento y en consecuencia adolecía de baja productividad del capital y el trabajo. Por otra parte, el Estado y la sociedad civil no siempre alcanzaron la madurez que han ido logrando con el decurso del tiempo. En ese contexto operaron a sus anchas lo revolucionarios de la izquierda más radical. Alguien jocosamente dijo: “Los comunistas son buenos en la oposición, lo malo es cuando se hacen del poder”.
En Cuba Fulgencio Batista propinó un cuartelazo el 10 de marzo de 1952 e instauró un régimen autoritario, y el 1° de enero de 1959 triunfó la revolución encabezada por Fidel Castro con la mítica incluida. En 1976 se completó el ciclo revolucionario con la promulgación de la Constitución socialista, la cual fue un acicate para la culminación de la nueva institucionalidad, así como la consiguiente alineación al bloque soviético. En otras palabras, se produjo una transición hacia un régimen totalitario de mucho peor factura que el precedente, de modo que es cuando menos un error garrafal hablar de revolución y mucho menos de mítica.
Los agoreros del socialismo se debaten en encontrar las causas que dieron origen a la caída del socialismo real europeo. Unos argumentan que se debió a “su desprecio por lo nimio, lo aparentemente falto de importancia: la moda, los hits musicales, los chocolatines suizos, la fragancia de marcas”. Otros dicen que se debió a la “extinción paulatina de la mítica revolucionaria o, en algún caso, a su inexistencia de origen”, lo cual dio paso a lo nimio relatado anteriormente.
Tales interpretaciones y/o justificaciones están muy mal intencionadas, son de café con leche. ¿Qué les prohíbe a las nuevas generaciones de europeos convocar una Asamblea Constituyente y reedificar el viejo modelo de talante totalitario? En el contexto de la crisis que comenzó en el 2008 no se dejaron encandilar por el discurso populista de izquierda. Por el contrario, apostaron básicamente por los partidos de centroderecha con orientación liberal u otros con propuestas parecidas.
Es más, Ucrania, Moldavia y Georgia han creado una suerte de club pro ingreso a la Unión Europea, vale decir, de acentuación del capitalismo y la democracia. A la Bielorrusia del dictador Alexander Lukashenko, que se mantiene anclada en el pasado, no la quiere imitar nadie, y por el contrario se ha producido una movilización de la sociedad civil bielorrusa sin precedentes demandando libertad y democracia. ¡Basta ya de ofrecerles una discursiva cargada de juegos semánticos a los atormentados cubanos!
Las llamadas revoluciones de terciopelo que pusieron punto final al socialismo real en esa región, fueron un ejemplo de cómo abordar la resolución de conflictos desde la lucha cívica, así como estuvieron orientadas a implementar la paz social y la reconciliación nacional, todo lo contrario a lo sucedido en la mayor de las Antillas.
5 de octubre de 2021