En pos de la Libertad de Cuba
Pensando a Cuba y su entorno
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Vindicación de las víctimas del totalitarismo cubano

Es necesario ratificar que los únicos que entronizaron el odio institucional desde el poder fueron los castristas. La revolución se fraguó en su etapa insurreccional con una composición heterogénea: el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Estudiantil Revolucionario, los comunistas (PSP), los ortodoxos, los auténticos, militares del Ejército y de la Marina de Guerra, el Segundo Frente del Escambray, así como muchos más sin filiación política. En cambio, una vez que triunfó, rápidamente Fidel Castro y un reducidísimo grupo que lo apoyó en esas andanzas idearon el criterio de selección utilizado para escoger cuáles organizaciones iban a conducir los destinos del país, resultando las tres primeras, pero muy pronto fueron integradas en lo que terminó siendo el nuevo Partido Comunista de Cuba, con un mando unipersonal a la cabeza.

Pero más que eso, fueron barridas, o en el mejor de los casos socavadas, en el escenario nacional una extensa red de instituciones autónomas de la sociedad civil: sindicatos, asociaciones empresariales, organizaciones estudiantiles, una amplísima red de iglesias y logias fraternales, las muchas instituciones de prensa, las artes y de recreo, también grupos de intelectuales agrupados en torno a revistas, etc. Y ni qué hablar de la amplia gama de centros educacionales: universidades públicas, así como una católica y otra masónica; colegios públicos y privados, incluidos en estos últimos los de orientación evangélica y católica. 

En otras palabras, se pasó de la pluralidad a la subyugante y empobrecedora homogeneidad, y para garantizar ese nuevo orden totalitario, que por demás es contrario a la naturaleza humana, se implementó un repertorio de políticas represivas sustentadas en un odio sistémico, así como el que profesan a título personal los partidarios más radicales. El régimen se arropó con la ideología marxista-leninista y su sociología de clases, una herramienta que enfrenta radicalmente a los unos con los otros.

A ese nuevo orden se opusieron muchos cubanos que se sintieron con un nuevo llamado, así como traicionados, y para tal fin crearon desde el principio varias organizaciones anticastristas: La Rosa Blanca, el Movimiento 30 de noviembre, el Movimiento de Renovación Revolucionaria (MRR), el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y otros. Es de destacar que los batistianos quedaron tan quebrantados y estigmatizados que tuvieron una pobre participación en esa lucha, y, por el contrario, muchos de los máximos exponentes de la misma habían participado en la contienda contra Batista, o sea, eran parte de una clasificación preterida en el recién estrenado discurso oficial: revolucionarios demócratas. Como era lógico, estaban imbuidos por el revolucionarismo y su concomitante cultura de la violencia, y por tal motivo replicaron los mismos métodos de lucha utilizados contra la anterior dictadura. Los que se hicieron del poder absoluto, simulando amnesia política, los tildaron de terroristas y demás epítetos descalificadores, cuando en verdad ellos fueron sus mentores directos e indirectos.

Le recuerdo al periodista del diario Granma, Manuel Cruz, que la oposición democrática cubana es descentralizada y plural, de modo que existen diferentes visiones estratégico-tácticas e imaginarios de cómo debe ser el nuevo proyecto de país. En un abanico tan amplio se pueden encontrar desde radicalismos hasta reformismos atemperadores. Miguel Díaz-Canel ha planteado que ellos no cederán ni por presión ni por seducción, que el gobierno estadounidense de Donald Trump le propuso una salida a la problemática cubana con reconciliación nacional, así como reconoció que “El programa del Moncada” incluía conquistar las libertades civiles, pero se niega a todo ello en una demostración patente de su apego al poder absoluto como sea.

Ahora, si a alguien hay que culpar de discursos encendidos de corte tradicional que son percibidos como de odio es a los propios castristas, pues muchos de los criminalizados por la propaganda cumplieron largas condenas de prisión con la carga de malos tratos añadidos, les fusilaron familiares, les robaron sus propiedades (que fueron desde una guarapera hasta centros industriales, determinadas extensiones de tierras y demás), y sufrieron actos de repudio, arrestos, golpizas, vejaciones, todo lo cual es consecuencia directa de un régimen totalitario de un único partido y discurso. Por otra parte, se produce indignación por lo de la revolución traicionada y la concomitante deriva hacia la instauración del comunismo. Al totalitarismo castrista le es necesario el odio con sus diferentes matices como eje vertebrador de su accionar; si no se desnaturaliza.

No nos dejemos engañar más con la supuesta democracia directa al estilo de la presunta aprobación de la Primera Declaración de La Habana, donde en un momento determinado de la historia y bajo una carga subjetiva tremenda, los más de un millón de cubanos concentrados en la plaza aplaudieron con entusiasmo y le dieron su consentimiento a dicha declaración.

Evidentemente, ese como otros es un evento puntual de la historia que no se puede tomar como precedente inamovible. La democracia varía de país en país y de acuerdo al consenso a que llegue cada sociedad se implementa en diferentes proporciones: la directa, la participativa y la representativa. En el socialismo real cubano no se da ninguna de las tres, pero para ofrecerles el beneficio de la duda, en los comienzos del “proceso revolucionario” acepto que utilizaban la primera.

Como es sabido, la humanidad ha venido transitando de una cosmovisión que favorece el uso de la violencia para la resolución de los conflictos hacia una nueva técnica de lucha mucho más en sintonía con la evolución de la naturaleza humana en cuanto a sus valores, aptitudes y creencias. Incluso algunos autores apuestan por un neorromanticismo “que apele a nuestros instintos de conservación, con todos los recursos de nuestra sensibilidad, nuestro individualismo, nuestra fragilidad” como contraposición al poshumanismo que pudiera establecerse desde donde se concibe y legitima nuestra desaparición a través de una mutación humana en robo-sapiens, clones, cyborgs, seres biónicos, clonimágenes, replicantes, avatares y demás.

Por todas esas razones, la filosofía y la lucha cívica no violenta se imponen como una herramienta de probada eficacia para llevar a cabo un accionar cívico que nos permita conquistar la libertad, la democracia y el Estado de derecho, y de la misma manera oponernos a esa gran amenaza del poshumanismo a la que la era digital y la tecnociencia nos tienen abocados.

La humanidad ha experimentado tres olas democratizadoras, la última de la cuales fueron las transiciones hacia la democracia que experimentaron los regímenes comunistas del centro y este de Europa, así como los numerosos autoritarismos de América Latina. Después aparecieron las llamadas “revoluciones de colores” con la legítima intención de deshacerse de líderes autoritarios, de prácticas dictatoriales, elecciones amañadas, corrupción rampante, etc.

Periodistas como Carlos Luque del periódico Granma han despotricado, de seguro por encargo, de esos procesos liberadores y sobre todo de las propuestas del académico de la Universidad de Harvard, Gene Sharp, que a diferencia de lo sucedido a partir del 1° de enero de 1959 en nuestro país, sus postulados resultan poco traumáticos. Los historiadores oficiales y los jerarcas al más alto nivel, en su momento hicieron mención de 20 mil víctimas fatales a cargo de la revolución liderada por Fidel Castro, lo cual les parece exagerado a muchos, pero nos da la idea de lo sangriento de esa beligerancia.

Los voceros del establishment, en aras de justificar lo injustificable, retuercen los argumentos: desestiman a los pueblos oprimidos y su necesidad de liberación de la opresión, con el acompañamiento de la solidaridad internacional, para darle rienda suelta a esta falacia: el imperialismo fabrica una oposición manejable en determinados países de conformidad a sus intereses y afanes de dominación. Lo anterior más perverso y cínico no puede ser, de cara a las considerables injerencias practicada por ellos en los asuntos internos de muchas naciones, con el propósito de convertirlos, nada más y nada menos, que al totalitarismo comunista. Debo recordar una vez más que soy un partidario decidido de la no violencia y de su filosofía concomitante, la mejor receta para resolver la problemática cubana. ¡Ah! Y no siento odio.

17 de septiembre de 2020

Nota: El presente artículo es una reacción a los aparecidos en el periódico Granma los días 8 y 9 de septiembre: “Sin Luz ni gloria: las revoluciones de colores”, de Carlos Luque y “El odio no es cubano”, de Miguel Cruz.

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