En pos de la Libertad de Cuba
Pensando a Cuba y su entorno
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Desde una pretendida semiótica del socialismo real cubano se esconde el fracaso a la luz de la pandemia

El autor del artículo aparecido en el periódico Granma el 27 de marzo, quien se nombra Fernando Buen Abad Domínguez, sataniza al “sistema económico, político e ideológico destructor a mansalva de fuerzas productivas (identidades y patrimonios culturares), y que ahora se disfraza de salvador de la humanidad vestidos con cubrebocas y batas de salubridad”. Este señor incrimina al capitalismo como el responsable de la pandemia, al desconocer sin ruborizarse siquiera que la misma surgió en el país que la izquierda más recalcitrante utiliza como emblema, y desde el cual se ha transmitido al resto del mundo. En otras palabras, el pecado originario fueron las fallas del sistema higiénico sanitario, así como la falta de transparencia del gigante asiático.

Ese estigmatizado capitalismo, desde la perspectiva de Buen Abad Domínguez, ha logrado un excelente marco de incentivos, el cual incluye entre otros que “una patente es el monopolio exclusivo, aunque temporal, del uso económico de un invento, con la condición de publicarlo y permitir el acceso general a la innovación técnica”. Por otra parte, los mercados de valores hacen posible que entren en escena el capital de riesgo, de modo que ningún proyecto de innovación con un mínimo de posibilidades se queda sin financiamiento, para su posible concreción, así como los incentivos estatales. De reciente creación está el Kickstarter (sitio web de micromecenazgos para proyectos creativos).

No por gusto, el país más “neoliberal” del mundo es el que genera, con mucho, el mayor número de patentes, incluidas las de medicamentos que salvan muchas vidas. Quiero recordarle a mi oponente, que, para bien de la humanidad, se ocasiona la difusión tecnológica y de conocimientos. Y, claro, se produce en círculos concéntricos, aunque a veces a mayor velocidad.

Quiéranlo o no los propagandistas del establishment, el aumento de la expectativa de vida, de los ingresos per cápita y puestos de trabajo, la disminución de la morbilidad y de la mortalidad infantil, por mencionar algunos ejemplos, están directamente relacionados con las innovaciones de productos, procedimientos, métodos gerenciales (estructuras de organización) y mercados que genera el capitalismo. Dicho de otro modo, la innovación tecnológica es el factor que motoriza el bienestar general. El gobierno cubano ha implementado malamente una copia hipertrofiada, del tipo patológica, del llamado Estado de bienestar que han desarrollado las democracias occidentales y otros países.

No pueden encabezar la campaña global contra la Covid-19 los chamanes presentes en las sociedades de cazadores y recolectores del presente, ni tampoco los científicos de Estado, del socialismo cubano, que por demás están abandonando sus puestos de trabajo a pasos agigantados justamente porque son muy mal recompensados, amén de que muchas veces cuentan con una infraestructura de altos niveles de obsolescencia tecnológica. Ustedes en esta materia, como en muchas otras, tienen que esconder la cabeza como el avestruz, y ni chistar.

No nos dejemos engañar con la proyección que hace el régimen por las varias brigadas de personal médico, despachadas para disímiles países en el contexto de esta pandemia, que son una prestación gratis a diferencia de muchas otras. No es menos cierto que brindan un servicio valioso, pero con ponzoña, o sea, existe un componente muy fuerte de politización en la gestión: los jerarcas del partido único marcan la pauta de dichas misiones, pues a través del humano servicio de salvar vidas exportan deliberadamente el modelo totalitario y le rinden culto, en el ejercicio de sus funciones, a sus íconos. Bien distinto sería si despojaran dichas brigadas de esa parafernalia “revolucionaria” que les asiste, es decir, que fueran consecuentes con el juramento hipocrático y su contenido de carácter ético.

No veo por ninguna parte la referida destrucción a mansalva de las fuerzas productivas, incluidas las identidades y patrimonios culturales. A saber, se han producido cuatro revoluciones industriales, que describo en apretada síntesis: 1) la asociada a la máquina de vapor; 2) la vinculada al motor de combustión interna, electricidad, radio, televisión y producción industrial; 3) la de las energías renovables, Internet y, en general, las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC); 4) la que está dando sus primeros pasos: la industria 4.0 (acentúa la idea de una creciente y adecuada digitalización y cooperación de todas las unidades productivas de la economía). A esta revolución la asiste la cultura maker, el Internet de las cosas, los sistemas ciberfísicos y la fábrica 4.0. Eso es, cada una de las tres primeras revoluciones ha creado muchos más puestos de trabajo que los que ha destruido, así como se espera lo mismo de la última y ni que hablar de las riquezas y oportunidades, al punto que se ha podido absorber a una creciente población mundial que ya ronda los 7,4 mil millones de personas, así como muchos países están encontrando la senda del desarrollo y la concomitante superación de la pobreza de los estratos más bajos. 

Al proceso de la globalización económica y cultural, que avanza ininterrumpidamente, le sobreviene otro que ha surgido desde mediados de la década de los 80: la glocalización. Esto supone que al avance del primero, como reacción, se le están interponiendo barreras culturales generadas por personas y comunidades que defienden sus tradiciones e identidades locales. En los últimos tiempos la UNESCO le ha conferido el reconocimiento de Patrimonio Cultural de la Humanidad a muchas prácticas folclóricas y demás, a lo largo y ancho del mapa global. En lo económico, implica que las empresas piensen en términos globales, pero se adapten a los entornos y demandas locales.

Este alucinado periodista concluye su trabajo con la expresión: “Quieren demorar, con dinero, el despertar de los pueblos”. Tal parece que vive en el siglo XIX, en el que por el estadio incipiente que se encontraba la modernidad capitalista, se podía esperar una revolución protagonizada por la clase obrera (pueblo). Karl Marx diagnosticó la misma e hizo profecías, las cuales, como es sabido, no se cumplieron. En aquel entonces era perdonable y hasta comprensible, ¡pero ahora! Sí, los pueblos han despertado en aras de liberarse cada vez más de los totalitarismos y autoritarismos subyugantes, lo cual conlleva no dejarse embaucar por caudillos que esgrimen una agenda mesiánica. Fernando, la humanidad está entrando a pasos firmes a un escenario donde se combinan la soberanía del ciudadano y la capacidad expedita de asociarse voluntariamente para hacerle frente a los desafíos de forma mucho más eficaz. Cuba es una cuenta pendiente que tenemos que afrontar.

30 de marzo de 2020

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