Uno de los temas más significativos entorno al Anteproyecto de Constitución es la pertinencia del partido único y su papel dirigente y superior de la sociedad y el Estado. Este rol que se le asigna al Partido Comunista es defendido de mil maneras por los propagandistas del establishment, de lo cual se puede concluir que esta entidad es una suerte de Dios institucional, que lo dirige todo, pero no se somete al escrutinio de los gobernados; en fin, es omnipotente, omnipresente y omnisciente. Miguel Díaz-Canel expresó recientemente los mismos argumentos trillados de sus predecesores: Martí fundó un solo partido que es la base del actual, justificando con ello la existencia del unipartidismo vigente. Lo anterior cuando menos es un argumento infantil.
Las preguntas que hay que formularse una vez más son las siguientes: ¿A quién se le ocurriría fundar más de una entidad para conducir los destinos de una guerra de independencia? ¿Se podría esperar del Apóstol, que una vez superado el colonialismo, defendiera un proyecto de república con un solo partido? Obviamente, ni el menos sensato de los cubanos pensaría eso. En fin, por mucho que se trate de adornar la píldora, el susodicho partido posee todos los atributos presentes, por una cuestión de derecho de conquista. Así pues, Fidel Castro, desde su vocación totalitaria, necesitaba crear y servirse de una herramienta de dominación y para ello se valió del enorme poder acumulado en sí mismo, para copiar al papel carbón la institucionalidad del socialismo real. Hasta en el primer país donde se implementó las teorías de Marx, Engels y Lenin se abandonó el unipartidismo por disfuncional y opresivo. Pero nosotros, lamentablemente, seguimos entrampados en éste, máxime cuando Cuba es un país americano.
La revolución del 33 no se fue a bolina por la desunión revolucionaria, como aseguró Díaz-Canel, y en consecuencia tuvo más luces que sombras. Así pues, dejó una impronta mucho mejor que la que triunfó el 1° de enero de 1959. A saber, sirvió de bisagra entre el modelo liberal constitucional con un vibrante sector primario exportador (el de la agroindustria azucarera), a su vez liderado por los generales presidentes y la oligarquía, hacia una república democrática con pretensiones explícitas de incorporación social y una delineación de la diversificación económica; concluyó su ciclo revolucionario con el consenso de todas las fuerzas políticas y sociales de la Cuba de entonces que fue la Constitución del 40 y el resultante período democrático-liberal y de garantías sociales, que lamentablemente Batista interrumpió.
En cambio, el segundo ciclo revolucionario terminó con la conculcación de la libertad y la democracia, y lo más grave, la instauración de uno de los tres grandes totalitarismos del siglo XX: el comunismo (en la práctica socialismo real), así como el descarrilamiento de la senda del progreso; una unidad que se tradujo en la opresión de la orgánica pluralidad que le asiste a toda sociedad y la alineación con el hegemónico bloque soviético, de ideas y prácticas “extranjerizas”.
Soy partidario del paradigma de la clase media, o sea, favorecer un modelo de desarrollo orientado a reducir a la mínima expresión la pobreza y la concentración de la riqueza en pocas manos. Ahora bien, si en el decurso del desenvolvimiento de la vida del país, emprendedores iluminados se valen de una nueva generación tecnológica, realizan una excelente gerencia, son innovadores y dan un salto espectacular como lo hizo Bill Gates, bienvenido sea.
Uno de los aspectos fundamentales que propician la generación de riquezas y oportunidades está determinado por cuál marco de incentivos se da una nación, y el que defiende Díaz-Canel y aparece en el Anteproyecto de Constitución es nefasto. En otras palabras, si a los empresarios se les minan sus expectativas por un régimen impositivo confiscatorio y se implementa un sistema de orden y mando donde pierden protagonismo, donde las veleidades del poder les oscurecen el futuro y donde en cualquier momento se les confiscan sus propiedades, entre otras cosas, se aniquila la gallina de los huevos de oro, o sea, se seca la creatividad humana.
En Cuba se impone abatir los monopolios estatales, que incluye el entramado empresarial socialista, y en consecuencia diversificar la propiedad, o sea, darle la posibilidad a muchos para que desarrollen todo el potencial creativo que posean, y eso pasa por no poner reparos en términos de propiedad y riquezas, tal como se defiende oficialmente. Tengo muchas razones para pensar que lo que se acredita en el Anteproyecto de marras es una infraestructura de dominación más que una concepción económica de desarrollo.
Después de una andanada de descalificaciones, el titular formal del Poder Ejecutivo dio el visto bueno para que los opositores participen en las “consultas populares”, ya que están a nivel de vecinos. Nunca antes, en los últimos casi 60 años nadie y mucho menos de la cúpula había concedido tales derechos a los que discrepan del dogma oficial. Pero habría que precisar quiénes compilarían toda la información generada y qué garantías existen, de ser mayoritarias nuestras propuestas, que éstas puedan suplantar las directrices del Partido Comunista y de la jerarquía al más alto nivel.
Si en dichas asambleas se pidiese el pluripartidismo y elecciones libres y democráticas, la economía de mercado y la reformulación del artículo 3 donde se nos pone una espada de Damocles en el cuello, ¿la incondicional Asamblea Nacional de Poder Popular lo incluiría en el nuevo texto constitucional? Obviamente, pecaríamos de ingenuos si lo creyéramos.
Nosotros no somos contrarrevolucionarios porque en nuestro país hace mucho tiempo que la revolución que triunfó el 1° de enero de 1959 concluyó su ciclo con la implementación de un orden totalitario, y por el contrario somos luchadores que abogamos por la libertad y la democracia, que no tenemos. Y eso de que somos unos anexionistas mueve a risas. Tenemos por caso a Las Bahamas, un archipiélago al igual que el cubano próximo a los Estados Unidos, pero muchísimo menor en territorio y población y con una cultura más próxima a la del vecino del norte, y por tanto más vulnerable, que conserva su independencia y soberanía. ¿Por qué entonces creer, que una vez que sea superado el régimen actual nosotros nos encausaríamos hacia la anexión?
Recordemos dos cosas: 1) Hace mucho tiempo que se produjo una maduración de la nacionalidad cubana y en ese contexto una propuesta de tal naturaleza no obtendría la aprobación de la inmensa mayoría de los cubanos. 2) Estados Unidos rehusaría una proposición de esas características por varias razones: Cuba sería una gran carga fiscal que no estaría dispuesto a soportar; es un país con una cultura e idioma ajenos a la suya, y es prácticamente imposible la aprobación para tal fin de las 2/3 partes de los Estados miembros de esa federación, entre otras razones.
Con relación a la imputación que nos hacen por recibir ayuda material desde el exterior, puedo argumentar que tenemos un contexto totalmente asimétrico donde por un lado existe una economía centralmente planificada y de propiedad estatal, a lo cual se le añade un fortísimo entramado policíaco, y del otro una indefensión económica, jurídica y humana. Lo anterior nos empuja a buscar fuera del país lo que estructural y de intención se nos niega dentro. De lo que no tienen dudas los cubanos es de la cantidad de “mercenarios” que ha generado el castrismo: financiando partidos políticos, movimientos sociales, y en otros tiempos guerrillas, poseen más de mil Grupos de Apoyo a la Revolución Cubana dispersos por el mundo. Hay que saber diferenciar cuándo se promueve un sistema donde el ciudadano es el soberano, de uno verticalista y conculcador de los derechos y libertades básicas. Cuando Cuba sea libre y democrática sería el primero en proponer en un Congreso (legislativo) legítimo la aprobación de una ley que regule el financiamiento de los partidos políticos y demás instituciones de la sociedad civil; de momento estamos condenados a mirar hacia fuera
22 de octubre de 2018