El 11J el gran maestro de ajedrez y abogado Arián González Pérez realizó una arenga en la calle Independencia (Real) de Camajuaní donde manifestó en tan solo unos minutos, a voz en cuello: “Viva Cuba Libre; Patria y Vida; estamos cansados de represión; somos discriminados por pensar diferente; vamos todos a la calle; abajo Díaz-Canel y Fidel; la revolución es represión y miseria; ¿cuántos han muerto en el estrecho de la Florida? Libertad para Cuba”, con lo cual ejerció su derecho humano a la protesta pública pacífica, así como de palabra. ¿Cuál fue la reacción de los personeros del régimen? Propinarle un galletazo en plena vía, arrestarlo y conducirlo hasta la estación de la PNR local y posteriormente a la prisión La Pendiente de Santa Clara, donde quedó en espera de un juicio amañado, del cual, de seguro, saldrá sancionado a varios años de prisión.
No podrán argumentar que rompió vidrieras, viró carros de policía, realizó resistencia al arresto y demás. En este accionar represivo se puso de manifiesto deliberadamente la naturaleza arrogante y totalitaria del castrismo. Muchos años de adoctrinamiento orientados a tener como virtud la intransigencia revolucionaria; despreciar al otro y usar la violencia verbal y física en la resolución de los conflictos políticos; utilizar el nacionalismo para azuzar la confrontación y sacar las culpas fuera del país; privilegiar la lealtad al jefe en vez de consolidar las instituciones donde se puedan dirimir las diferencias y tomar decisiones colectivas consensuadas, así como el accionar de un Estado policíaco orientado a conservar el poder, son parte de las condicionantes para que la respuesta esperada fuera esa.
Si algo quedó evidenciado en las protestas del 11 de julio es la acumulada crisis de representación existente en la nación. Los que se lanzaron a protestar espontáneamente en unos 40 lugares de la geografía nacional sienten que el partido único y las llamadas “organizaciones sociales y de masas” no los representan, no tienen legitimidad, pues se han impuesto desde arriba, en todas partes y por más de 60 años. Los revolucionarios que arribaron al poder el 1° de enero de 1959 proyectaron una frescura y desataron esperanzas en una buena parte de la sociedad, pero hace mucho tiempo que el orden burocrático y totalitario del cual son portadores no tiene la capacidad de generar riquezas y oportunidades, incluidas las políticas, y por tanto sacar al país del atolladero en el que se encuentra.
De cara a las manifestaciones del 11 de julio se presentan dos aspectos que no se pueden descuidar. El primero es prepararse y aprender a no dejarse arrebatar la disciplina no violenta, la cual pasa por oponerse abiertamente al vandalismo y a la confrontación deliberada de piñazos, pedradas y demás. En ese terreno ellos son más fuertes y tienen todos los medios a su alcance, amén de que la filosofía de la no violencia profesa valores y creencias ajenos a ese proceder, que deben guiar nuestros pasos. Recordar que una herramienta importante es el jiu jitsu político, que consiste en desestabilizar políticamente al adversario y lograr que sus desmanes se vuelvan en su contra.
El segundo consiste en desarrollar un movimiento civilista desde abajo que se convierta en el motor de la transición; estas manifestaciones son alentadoras en ese sentido, o sea, el concepto cardinal que debe primar es que la nación debe parir desde sus entrañas un nuevo proyecto nacional, y, por el contrario, oponerse a una intervención extranjera y mucho menos militar. En un país como Cuba, la democracia traída desde afuera tendría consecuencias fatales. La urdimbre de instituciones de la sociedad civil y política que se genera en una lucha como esta le son muy caras a la futura democracia concebida. Además, la gente aprendería a superar el miedo, su autoestima se vería fortalecida, aspectos estos que tributarían a la emergencia del ciudadano que tanto se necesita. También se apropiarían de una técnica de lucha de probada eficacia para con ello hacerle frente a futuros demagogos y dictadores.
Se impone que todos los cubanos de dentro y de la diáspora reflexionen profundamente. El país necesita poner las cosas en orden, dada la gravedad de la situación. Apostar por “la unidad y la continuidad” es tan absurdo y contrario a la naturaleza humana de cara a la evidenciada pluralidad existente, así como a los grandes desafíos por afrontar, que produce desconcierto e irritación. De seguro, en las esferas del poder existen personas sensatas que estén madurando la idea de lidiar mejor con una oposición y sociedad civil en general institucionalizada, que con un desborde de pueblo más o menos incontrolable. A los que piensan así, se les tendería un puente.
¡LIBERTAD PARA LOS PRESOS POLÍTICOS!
20 de julio de 2021