En pos de la Libertad de Cuba
Una propuesta para Cuba
anterior CAPITULO XIsiguiente
El verticalismo y la relación de propiedad ponen zancadillas a la agricultura

Siempre nos enseñaron que Cuba es un país agrícola. Hasta 1959, la agroindustria azucarera era con mucho el rubro dominante de la economía, pero el tabaco, el café y la ganadería poseían un peso nada desdeñable, amén de otras ramas como el turismo, la minería y la industria ligera.

Para aquel entonces no había entrado a todo tropel la mecanización, el uso de fertilizantes químicos, los sistemas de riego modernos, etc., pero el rendimiento y magnitud agrícola resultaban, a pesar de ello, bastante buenos.

 

Obviamente, como existía una economía de mercado más o menos abierta, mucho de lo que consumían los cubanos era importado, pero si se hubiese aplicado una política estrictamente proteccionista había capacidad suficiente para asumir una mayor cuota de producción agropecuaria. Los colonos cañeros fueron un ejemplo elocuente en términos de reserva productiva.

La retórica iniciada con el advenimiento de los “revolucionarios” fue convertir a la agricultura en un sector estratégico y para ello acometieron transformaciones estructurales. Eso es, cuando se disponía de las favorables relaciones de intercambio, así como de los deliberados subsidios provenientes de la otrora Unión Soviética, y en menor medida del resto de los integrantes del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), realizaron lo siguiente: cientos de kilómetros de caminos y carreteras; 239 represas y 805 micropresas para una capacidad total de embalse de 9.300 millones de metros cúbicos; 25 mil kilómetros de canales de riego y drenaje, y más de 36 mil estaciones de bombeo.

También entraron en escena centros de investigación, bancos de semillas y doctores en ciencias agropecuarias, así como miles de ingenieros y técnicos medios. Por otro lado, se alcanzó los niveles de mecanización, utilización de sistema de riego y el uso de fertilizantes más alto de América Latina. Es de destacar la disponibilidad de un mercado (cautivo) de exportación con cientos de millones de consumidores (CAME) que garantizaba una demanda estable y retribuía al país unos precios preferenciales.

Después de la desaparición del CAME buscaron desesperadamente nuevas medidas del renglón agropecuario: la creación de las Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC); la entrega de tierras en usufructo; la agricultura urbana y suburbana; una nueva versión del mercado agropecuario; los precios topados, etc. En los últimos tiempos, la cantinela versa en darle mayor importancia a los contratos; eliminar los impagos a los productores; supresión de las trabas en el sistema bancario; aumentar la responsabilidad empresarial en términos de eficiencia y costo; reorientar para el fomento agrícola 1800 millones de CUP en el 2021; aumentar y mejorar la cobertura del seguro agropecuario; reducir las tarifas del servicio de agua y electricidad; comercializar carne y leche bovina y del ganado menor, etc. Vergüenza debería darles en hacer públicas estas medidas, obvias y extemporáneas.

A pesar de las enormes ventajas comparativas con que han contado los operadores de este sector de la economía, los resultados han sido funestos. Entre otros, el mal manejo de los suelos, el principal recurso natural con que cuenta nuestro país, peor no puede ser. Eso es, Cuba cuenta con 11 millones de hectáreas, de la cuales 6,4 se utilizan para la agricultura y el 70 % está afectada por la salinización, la erosión, el bajo contenido de materia orgánica y la compactación. En fin, dichas tierras cultivables poseen diferentes niveles de pérdida de fertilidad.

Para recuperar ese preciado recurso, dado que un centímetro de suelo se demora en formarse espontáneamente entre 100 y 400 años, no es suficiente el Programa Nacional de Mejoramiento y Conservación de Suelos y otros de su tipo, por la inoperancia presente en todos los ámbitos, así como por la falta crónica de liquidez. No nos dejemos engañar.

Ha quedado claro que el origen de los males de este sector comenzó con la primera y sobre todo la segunda ley de Reforma Agraria. Así pues, solamente se formalizaron como propietarios 120 mil campesinos, y el resto de las tierras usurpadas a sus dueños fueron colectivizadas y en consecuencia fungen hasta la fecha como entidades estatales, en lo que algunos han dado en llamar una nueva versión del latifundio, caracterizadas por mal manejo de los suelos, bajos rendimientos, ruines salarios de los obreros agrícolas, desabastecimiento, mala calidad de los productos, etc.

Los campesinos tradicionales y los nuevos propietarios de tierras solamente las disfrutan nominalmente, dada la enorme intervención del Estado en cuanto a la imposición de la doble asignación de créditos e insumos (si existiesen), con los precios y cantidades fijadas por los planificadores; los obligatorios encargos estatales; la imposición de un monopsonio (monopolio del comprador) que fija los precios y el volumen de las ventas, lo cual por no recogerse ha traído los indignantes impagos y la frecuente pérdida de las producciones con el consiguiente perjuicio al campesinado, etc. Después de 60 años de yerros han mejorado parcialmente algunos de los anteriores aspectos, pero persisten los condicionamientos propios de una economía centralmente planificada y por tanto no se avizora el despegue necesitado.  

Si el “sector privado” del campo cubano ha disfrutado de unos ingresos en ocasiones altos, es porque ha tenido que cubrir desde la informalidad el desabastecimiento provocado por la empresa estatal socialista. Es obvio que el ramo agropecuario cubano se ha desenvuelto en un sistema de orden y mando y con una imperfecta relación de propiedad, causas fundamentales de su fracaso.

El modelo socialista tiende a un juego de suma cero, dado lo reprimido del emprendimiento, y en ese contexto los ingentes recursos desaprovechados en la producción de alimento se traducen en la estrechez de vida de los cubanos de a pie.  Reiteramos una vez más que la solución de la problemática cubana tiene que ser sistémica y posee cuatro dimensiones básicas: política, económica, social y cultural, de modo que en su aspecto económico debe pasar por la privatización de la tierra, así como la creación de todo el entramado legal e institucional de una economía de mercado. El desastre del socialismo real ha sido una cara y gran lección.

1° de junio de 2021

 

anterior CAPITULO XIsiguiente
 
Inicio | Novedades | Acerca del MCR | Librado Linares