En pos de la Libertad de Cuba
Metodología y filosofía de lucha
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Acerca del diálogo como herramienta

Muchas propuestas se han esgrimido, así como no pocos acometimientos impulsados a través de más de seis décadas por las diferentes organizaciones de cubanos, desde dentro de Cuba y el exilio, para superar la página negra del totalitarismo. El diálogo como herramienta ha estado presente siempre en mayor o menor medida, pero últimamente ha adquirido mucha visibilidad al calor de la aceptación abrumadora de todo el espectro de la oposición de la lucha cívica no violenta, así como de determinados presupuestos teóricos afines al mismo. Es un error que raya con la inocencia creer sin más en una supuesta buena voluntad del régimen para dialogar, y mucho menos en igualdad de condiciones, con el consiguiente compromiso de cumplir con lo acordado.

El diálogo en nuestro caso y la lucha cívica no violenta son las dos caras de una misma moneda. El resultado del mismo va a estar determinado más por el poder de convocatoria ciudadana de las partes en conflicto que de la justeza de los argumentos presentados. La moraleja es que, si existe asimetría, en este caso a favor del totalitarismo, tiende en el mejor de los casos a articular una jugarreta para obtener ganancias, como pueden ser legitimidad, beneficios económicos, tiempo. etc.

Los violadores flagrantes de los derechos humanos en el poder suelen sentirse inhibidos para tal fin, entre otras cuestiones, por las siguientes razones: poseen muchas prerrogativas e intereses creados, miedo a cómo quedarán en un futuro reformado, así como temores a demandas de justicia.

Los derechos que les asisten a los participantes en un escenario de diálogo son tener capacidad igualitaria a la hora del ejercicio del voto; estar en condiciones de igualdad para expresar sus puntos de vista por el tiempo y las veces que sea necesario; estar investidos de derechos adecuados e iguales para escudriñar todos los asuntos en discusión que validen sus preferencias y el eventual acuerdo final; control definitivo sobre la agenda, o sea, ésta tiene que ser construida y consensuada por las partes, y, finalmente, dicho diálogo debe ser sin exclusiones.

A través de la historia de la humanidad se han producido un sinnúmero de transiciones, revoluciones y otros procesos liberadores para la resolución de un conflicto determinado. En no pocas epopeyas, y después de mucho bregar, se ha llegado a un punto donde ni los opresores pueden acabar con los enardecidos demandantes, ni éstos consiguen imponer una dinámica de cambio que les permita, en un tiempo racional, arribar a puerto seguro.

A lo anterior se añade la incorporación en ambos bandos de actores más jóvenes y pragmáticos, así como la consecución parcial de una serie de cambios económicos, sociales y culturales que modifican el contexto y las respectivas aspiraciones de los segmentos sociales emergentes. También hacen su parte el desgaste, la necesidad de enrumbar a la nación, la influencia internacional, etc. En esas circunstancias suele triunfar dicha propuesta de diálogo nacional. Los casos de la Polonia comunista, la España posfranquista y la Sudáfrica del apartheid son ejemplos elocuentes. 

En cualesquiera de los escenarios, las fuerzas vivas pro cambio cubanas deben apostar por la consolidación de un movimiento vigoroso y capaz de alterar las relaciones de poder, eso es, que se produzca un traspaso del mismo, al menos sustancial, desde el Estado-partido único hacia la sociedad, o para ser más preciso, al ciudadano.

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