En pos de la Libertad de Cuba
Pensando a Cuba y su entorno
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Es una falacia equiparar al Partido Revolucionario Cubano con el Partido Comunista actual

En aras de legitimarse al abrigo del Partido Revolucionario Cubano (PRC) que fundó su líder indiscutible, José Martí, el 10 de abril de 1892, los comunistas cubanos proyectan una narrativa donde se presentan como los continuadores del mismo, pero con una simple mirada crítica es fácil advertir lo opuesto de ambas organizaciones partidistas, en cuanto a sus esencias y misiones. No hay dudas que muchos militantes del partido único han podido constatar tal falacia, pero no se dan por enterados, sosteniendo con ello una evidente posición cobarde. En apretada síntesis expondremos los argumentos que lo validan.

En el artículo cuarto de las bases de dicha organización independentista, se plantea: “El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la República Cubana con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legitimas del hombre, un pueblo nuevo de sincera democracia, capaz de vencer por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud”.

Es muy difícil que alguien en su sano juicio no pueda advertir fácilmente el “espíritu autoritario”, peor aún totalitario, que anima al partido único, pues ni uno solo de sus 670 mil miembros fue escogido en elecciones ni siquiera espurias por la ciudadanía, y, por lo demás, se autoadjudica el derecho a la omnipresencia y omnipotencia. Esta organización de marras contempla en su vida interna el centralismo democrático, vale decir, las eventuales minorías son absorbidas por la mayoría, así como que es eminentemente verticalista, de modo que terminan imponiéndose las directrices impartidas desde arriba, y en especial las del primer secretario del Comité Central. Ese partido del poder, que se presenta astutamente como un mimetismo del martiano, tiene la encomienda de “organizar”, “orientar” y “dirigir” un orden totalitario-burocrático, y para tal fin se vale de un megaestado opresor, que ha terminado plagado de corrupciones e ineficiencias de todo tipo.

Resulta muy aleccionador que en dichas bases se apueste por un pueblo nuevo, el sistema democrático-republicano, así como la inclusión de las diferentes fuerzas sociales, o sea, para nada se defendía la concepción que posteriormente se denominó democracia orgánica, que pasa por alto los partidos políticos, el sufragio universal, el parlamentarismo (y por extensión el presidencialismo) y los principios liberales. Por el contrario, el régimen de partido único que padecemos los cubanos está asociado indisolublemente a la matriz institucional que utilizaron el franquismo, el Estado Novo de Portugal y Brasil, los fascismos modernos y obviamente el llamado socialismo real que tuvo su primera experiencia en la entonces Unión Soviética.

En ese medular documento queda reflejado el conocimiento a cabalidad de la incipiente nación cubana, sus disposiciones culturales, las falencias y los peligros a los que nos enfrentaríamos una vez que comenzara nuestra andadura independiente.

Fue muy previsor el documento al condenar que el “partido significase mero bando o secta, o reducto donde unos criollos se defienden de otros”. En otras palabras, dicha organización era multiclasista, de composición plural, así como un híbrido político-militar destinado a “unir” a los cubanos en sus afanes independistas. El hecho de que el apóstol fundara un solo partido para la etapa insurreccional no significaba para nada que una vez que se instaurara la república, iba a prevalecer esa concepción totalitaria de partido único.

Es muy lamentable que periodistas y políticos oficialistas, con especial énfasis en la antesala del VIII Congreso del PCC, repitan la misma jerigonza de que José Martí y el PRC son afines al régimen imperante. Eso sí, el apóstol se oponía fervientemente a la incorporación de Cuba y Puerto Rico a la federación estadounidense, así como se identificaba culturalmente con Iberoamérica, en lo que coincidimos prácticamente todos los cubanos, más allá de las ideologías.  Algunos políticos del vecino del norte en el siglo XIX manifestaron su interés por dicha incorporación, pero finalmente respetaron el derecho de los cubanos de darse un Estado independiente; más que eso, nos ayudaron sobremanera en esos menesteres.

30 de marzo de 2021


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