Palos porque bogas y palos porque no bogas: esa es una de las conclusiones a las que se llega cuando se lee el artículo de marras. Si apeláramos a dos de las tres técnicas de lucha a las que se recurre para la resolución de un conflicto: la guerra convencional y la guerra de guerrillas, esta última con la adición del terrorismo urbano utilizada por el Movimiento 26 de julio, también seríamos tildados de extremistas y apátridas.
Pero resulta que felizmente hemos apostado por la lucha cívica y la filosofía de la no violencia. Nos enorgullece tener como guía conductora el amor y no el odio al otro. Cuba, nuestro hogar nacional, es de todos los cubanos: los que están a favor, los que están en contra o los que se abstienen. A esos medios les asisten unos fines concomitantes con ellos, que de seguro son los que criminaliza Ramírez Cañedo.
Los derechos humanos y las libertades básicas asociadas a ellos, contenidos en la Declaración Universal, son anteriores y superiores a cualquier ideología y al Estado mismo. Más allá de los juicios de valor que emitiera en su momento Jonathan Farrar, Jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos, existe una realidad aplastante: en Cuba hay un orden de corte totalitario, que está concebido para que no haya espacios de libertad, y mucho menos que se articule a gran escala una oposición democrática proactiva. Si fueran los extranjeros quienes dieran el veredicto final de la pertinencia del movimiento contestatario cubano, que se lo vuelvan a preguntar a los diplomáticos estadounidenses, y después de oír su parecer ustedes buscarían desesperadamente otra argumentación justificativa. La soberanía radica en el ciudadano, ese que fue aniquilado y suplantado por el súbdito que expresaba a viva voz: “Comandante en Jefe, ordene, para lo que sea y donde sea”.
Fulgencio Batista interrumpió la vida constitucional del país dando un artero golpe militar y Fidel Castro encabezó un movimiento armado en su contra, con claras inclinaciones totalitarias y de su eventual incorporación al bloque soviético. De haberme tocado participar en aquella época hubiera apostado, sin titubear, por la tercera vía: llamar a la sociedad civil a las calles y desde ese poder ciudadano convocar a elecciones libres, competitivas y con supervisión internacional. Un nuevo gobierno con la legitimidad de las urnas hubiese ahorrado a la nación cubana mucho sufrimiento, vidas y decenas de años de imposición de un régimen retrógrado, que, por demás, posee unos presupuestos que no han resistido las pruebas de la historia. Lamentablemente el infantilismo cívico que poseían los cubanos de entonces facilitó transitar de una dictadura militar, al mejor estilo latinoamericano, hacia un régimen aún peor: el totalitarismo comunista.
La tercera vía, tal como la concibe el joven e inocente Elier, es un artificio teórico orientado a defender lo indefendible. Si no que se lo pregunten a los polacos, checos, eslovenos, eslovacos, estonios y demás países que tuvieron transiciones exitosas hacia un sistema demoliberal y de economía de mercado. Allí se produjeron revoluciones de terciopelo y no lo que sucedió en Cuba a partir del año 1959: huelgan las palabras. La sociología marxista-leninista de la lucha de clases y las revoluciones radicales y sangrientas que no dejan espacio al otro, son cuando menos una aberración.
Esteban Morales y Ramírez Cañedo están dentro del club selecto de los portavoces mimados del establishment, y se han encargado de tratar de convencer a un público diverso de dentro y fuera del país de que “la contrarrevolución cubana nunca ha existido”. De seguro, lo que ha sucedido es que ellos viven en una urna de cristal, así como no han tenido acceso a los archivos de la policía política cubana (DSE), donde están recogidos todos los fusilados, presos políticos, detenidos y golpeados, expulsados de centros de trabajo y de estudio, actos de repudio protagonizados por elementos recalcitrantes, delaciones insospechadas, intelectuales y/o periodistas censurados por los policías culturales, y demás atrocidades no incorporadas a la historiografía oficial y al debate público en los medios y asambleas. La pluralidad es consustancial a la naturaleza humana y los cubanos no somos la excepción. La pregunta que hay que hacerse es: ¿Por qué en Cuba nadie usa el legítimo derecho a la protesta pacífica, con tanta dureza de la vida diaria que existe?
El liderazgo que encabezó la revolución cubana más que un rompimiento con lo mejor de la tradición político y jurídica cubana fue una traición rampante. Las constituciones de Guáimaro, Jimaguayú, La Yaya, la de 1901 (fue el consenso al que llegaron las fuerzas vivas que emergieron de las guerras de independencia) y la de 1940 (invocada por los insurgentes antibatistianos en la etapa insurreccional), así como de casi todo el acervo politológico y filosófico acumulado dan testimonio de ello. Basta ya de presentarse como los continuadores del mambisado cubano y de José Martí. Porque ustedes, reitero, los traicionaron elocuentemente.
En propiedad, el sistema demoliberal y de economía de mercado (centrismo o tercera vía, según refiere el autor) no está equidistante entre el socialismo y el capitalismo, como plantea Ramírez Cañedo, sino que la evolución orgánica del mismo produce mejoras predecibles. En otras palabras, si los ciudadanos pueden asociarse libremente y formar sindicatos, partidos políticos y otros, votar por candidatos afines e ir en pos de sus objetivos y al mismo tiempo hay un modelo económico que genera riquezas y oportunidades, así como altísima productividad y competitividad que permiten aumentar exponencialmente las recaudaciones fiscales, la resultante lógica es el Estado de bienestar, o una cobertura amplia de prestaciones sociales, como existe en muchas partes. El consenso al que llegue cada sociedad de las proporciones del Estado y el mercado está dado por la correlación de fuerzas políticas, la historia, la cultura y demás.
Lo que me deja perplejo es cómo este bisoño agorero asegura categóricamente lo siguiente: que ellos son los representantes a perpetuidad de las aspiraciones del pueblo y nosotros no tendremos jamás su aprobación, pues somos del linaje de los autonomistas, los anexionistas y de los nacionalistas de derecha. Lo primero que tendrían que hacer para hablar con propiedad es consultar a los cubanos en un referéndum con todas las garantías reconocidas internacionalmente, y lo segundo es permitir el juego democrático de diferentes partidos y propuestas.
En la Polonia comunista, que alcanzó unos niveles de satisfacción de las necesidades humanas mucho mayor que en Cuba, lo hicieron mediatizadamente como resultado de las negociaciones de la mesa redonda, y la victoria de la oposición democrática fue abrumadora.
9 de junio de 2017