La filosofía de la no violencia como herramienta para producir un movimiento vigoroso y de articulación nacional, es una condición sine qua non para el cambio democrático.
Desde el mismo 1º de enero de 1959 comenzó un proceso de asimilación de las organizaciones que combatieron a Batista. Las tres elegidas fueron el Movimiento 26 de julio, el Directorio Estudiantil Revolucionario y el Partido Socialista Popular, de modo que fueron encorsetadas en este orden las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS) y para el año 1965 el Partido Comunista de Cuba (PCC). Lo anterior pone al descubierto que Fidel Castro tuvo siempre una cosmovisión totalitaria.
De lo anterior se desprende que lo más importante a que podamos apostar en aras de producir una dinámica de cambios prodemocracia, es articular un movimiento amplio y de alcance nacional. En el contexto del colapso del socialismo real en la década del noventa, el castrismo totalitario no se encadenó pendiente abajo con sus pares del centro y este de Europa, como diríamos en el argot boxístico, por no presentación del contrario. El Comité Cubano Pro-Derechos Humanos, su ala partidista y otras que emergieron, por razones obvias, se quedaron como una suerte de bonsái.
La peor variante que se le puede aplicar a un pueblo es una dominación totalitaria, lo que implica una polarización extrema y que todo el quehacer económico, político, cultural y social quede englobado en los ámbitos del Estado, el cual está regido por un partido único, a la cabeza del cual hay un individuo con todos los hilos de poder. La filosofía de la no violencia tiene aplicación universal, pero en nuestro caso posee una gran pertinencia, ya que sus presupuestos bien esgrimidos nos hacen avanzar como ninguna otra propuesta en esa retorcida urdimbre. A la oposición democrática cubana de larga data, le ha tocado la transición de la cultura de la violencia y sus métodos de lucha hacia la no violencia activa, pero en muchos de sus exponentes se produce un desencuentro, pues en mayor o menor medida poseen unos constructos anclados en la anterior cosmovisión, o sea, desaprueban la violencia política, pero su filosofía no está en sintonía con los requerimientos de la nueva técnica de lucha.
La filosofía que les propongo supone interiorizar unos valores, aptitudes y creencias que quedan reflejados de la siguiente forma: no profesar la violencia física y psíquica, lo cual pasa por articular un discurso que esté en las antípodas del odio y la intransigencia; valerse de un repertorio de armas no convencionales, como la justa indignación de los oprimidos y las capacidades intelectuales, morales y espirituales incluso de los oponentes; dirigir el accionar contra la infraestructura institucional y legal de odio y exclusión y no sobre los personeros que detentan las mismas, o sea, no personalizar el conflicto; no reaccionar ante las individualidades con el criterio de que son estáticas, lo que solo refuerza su estancamiento; asumir la no violencia como medio y fin, o sea como una poderosa herramienta de lucha, así como sustentar el nuevo orden al que se aspira en sus presupuestos, es decir la paz social, la reconciliación nacional, el coraje cívico y la disposición al sacrificio sin pensar en venganzas, entre otras. Se trata de una filosofía de enfrentamiento corajudo e involucramiento y no de ataque frontal y exclusión del otro. El jiu jitsu político es una de sus herramientas principales. Me encuentro con muchos que admiran sobre manera a Martin Luther King, Gandhi y Mandela, pero poseen muchos prejuicios de sus concepciones a la hora de aplicarlos en Cuba. Ellos, sin lugar a dudas, triunfaron desde los postulados enunciados anteriormente.
Tengo la creencia que a toda transición le es necesaria la verdad y la justicia, y que en nuestro caso esta última no debe ser rigorista. Si necesitamos de la filosofía de la no violencia como la única manera de articular el tan necesitado movimiento social y político vigoroso y de alcance nacional, lo menos que podemos hacer es tener honradez intelectual y ser consecuentes con la misma, tanto ahora como en la implementación del nuevo proyecto nacional.
El proyecto que debemos implementar en las circunstancias de haber superado esta página oscura de la historia de Cuba es el siguiente: crear una Comisión de la Verdad compuesta por personalidades notables e imparciales que rindan un informe elaborado de las denuncias hechas por todo el que se considere víctima de violaciones flagrantes de los derechos humanos, y sea publicado, no para exacerbar el escenario nacional, sino para crear un clima de reflexión, orientado a que todos quedemos persuadidos de que nunca más debemos permitir que se polarice la sociedad en victimarios y víctimas; sancionar a los autores de violaciones de los derechos humanos a la exposición pública de sus abusos, y de ser posible muestren su arrepentimiento, además de que no ocupen puestos sensibles al menos por un tiempo; se debe privilegiar las sanciones administrativas en detrimento de las judiciales; si se logra un consenso y la salud financiera del país lo permite, compensar materialmente a las víctimas, o en su defecto, a sus familiares, y sentar un precedente institucionalizado para que nuestro hogar nacional sea de todos los cubanos, vale enfatizar, sin excepciones.
Soy partidario de enrumbar a la nación en aras de producir en nuestro caso una “revolución de terciopelo”, término acuñado en los exitosos procesos democratizadores europeos de los 90 y así evitar a toda costa una salida a lo Libia y/o Siria. Nada mejor que la filosofía propuesta para lograrlo, la cual tiene apoyatura en el Ideario Martiano (ver Manifiesto de Montecristi) y en cómo los independentistas cubanos, una vez en el poder, manejaron la convivencia con los españoles (recordemos que la reconcentración ordenada por el capitán general español Valeriano Weyler costó entre 200 y 400 mil vidas, con una población en aquel entonces de un millón y medio de personas), así como con los muchos cubanos que participaron del lado de España en las innobles guerrillas. Si después de soportar los rigores de una de las dictaduras más longevas del mundo, caemos en el callejón sin salida de la guerra civil o de su hermana gemela, una intervención militar extranjera, seríamos corresponsables de la peor tragedia para nuestro pueblo.
Aun con esta filosofía, el camino a recorrer será muy difícil, pues tendremos que lidiar con un segmento recalcitrante y retardatario que usufructúa en el poder, así como con las prerrogativas y los intereses creados, pero con mucho es la mejor variante. De más está decir que toda lucha necesita medios y finanzas para llegar a puerto seguro, con los que no contamos en este momento.
14 de diciembre de 2018